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viernes, 1 de abril de 2011

Valientes cobardes




Parece ser que los jóvenes progres de este país, aburridos por falta de ideales y enemigos fascistas a los que combatir con fervor. Han encontrado un pasatiempo nuevo donde dar rienda suelta a su mezquindad.

Decepcionados quizás con las consignas apocalípticas del cambio climático que parece que se diluyen como el hielo revelándose cada vez más como el timo que parecía que era, y que es. Sin un gobierno de fachas "peperos" a los que culpar de todos los vicios retrógrados de los que adolecen y ponerlos en la diana diaria de sus injurias. Ahora que los Gays, lesbianas, transexuales, bisexuales y cualquier otro colectivo de género dudoso y oprimido, han dejado de estar oprimidos ya que controlan los medios de comunicación y tienen un respaldo gubernamental envidiable. Ahora que deshacerse de un hijo no sólo es un derecho, sino un método anticonceptivo más. Sin un triste chapapote perdido que recoger, sin Bush y sin Aznar. Nuestros jóvenes cachorros de izquierdas y futuros intelectuales se encuentran perdidos en la bruma de sus delirios sin un enemigo feroz y malvado al que fustigar. Así que hay que volver a los orígenes y tirar, de la siempre socorrida iglesia católica, que tanto juego da.

Desde hace unos meses hasta hoy, lo que empezó en Barcelona (gran nación de tolerantes por antonomasia) con la ocupación de un aula donde se improvisaba una vez por semana una misa católica. Se ha extendido por Madrid y ahora Valencia, la sucesión de agresiones, vejaciones e impedimento físico a cualquier actividad de culto católico en nuestras universidades. Como un fuego incontrolado, Ayer, informaban de la intención, coincidiendo con la Semana Santa, de realizar una "procesión atea" por el centro de Madrid. Como si no nos hubiesen abochornado ya bastante con sus manifestaciones durante la visita del Papa.

¿Pero de donde sale tanta inquina? ¿Son estos, acaso, los descendientes directos de los “quema iglesias” de los años treinta? ¿Acaso el odio anticatólico es un gen que se transmite en el ADN generación tras generación como una repugnante enfermedad? ¿O simplemente es el resultado de un adoctrinamiento bien organizado y bien subvencionado por un grupo político que no se atreve a posicionarse abiertamente en un país con un 80% de católicos a los que detesta y desprecia con toda su alma y envía a sus perros amaestrados para que le hagan el trabajo sucio?

Yo, como expreso claramente en mi texto de bienvenida de éste Blog, no soy católico, no profeso ninguna otra fe religiosa ni creo en ninguna divinidad. Aun así, Siempre he intentado que la única luz que me guiase fuese la del sentido común y la honestidad, que creo que son pilares más que suficientes para poder ser un hombre decente. Éstos son los que me han llevado a defender la vida oponiéndome al aborto, defender la igualdad, sin ser feminista ni gay e incluso a contribuir con mi X en la declaración de la renta sin ser católico.

Los españoles, para bien o para mal tenemos una herencia cristiana que ha moldeado, como a un cuenco de barro en  el torno, nuestra idiosincrasia, nuestra cultura y nuestro singular carácter. La religión ha estado presente en nuestra historia en el arte, la guerra, la educación y las relaciones sociales hasta convertirse en la columna vertebral de nuestra sociedad. La Iglesia católica nos ha dado tanto capítulos siniestros como actos generosos y heroicos. Nada hay de lo que tengamos que avergonzarnos de ella, más que de cualquier otra organización. Hasta el Real Madrid tiene una historia negra.

Hoy, en cambio, nuestra iglesia católica, y digo nuestra sin rubor, es la organización con más recursos y voluntad destinado a la ayuda a los necesitados con fundaciones como Caritas. Son muchas las órdenes de religiosas que dedican su tiempo atendiendo a enfermos en centros sanitarios. Muchos los misioneros que se juegan la vida en lugares, que no salen en los telediarios progres, realizando labores humanitarias y que se niegan a abandonar, incluso, cuando estalla un conflicto bélico en la zona. Muchas las parroquias diseminadas por nuestras ciudades infectadas de miseria donde los habitantes de barrios marginales siempre encuentran refugio con actividades y programas de ayuda. Y siempre sin pedir nada a cambio y autofinanciándose sólo, con las aportaciones de sus fieles.

Nada que ver con esa panda de niños pijos y ricos disfrazados de palestinos pobres, que no han dado ni un mísero chusco de pan a nadie en un comedor social en su puta vida. Nada que ver las ONGs bien alimentadas con dinero público para que nuestros progres puedan traerse una bonita foto con negritos a los que ni de lejos pueden paliar su sufrimiento, pero una vez en casa, queda muy bien expuesta en la pared del despacho. Nada que ver tampoco esas asociaciones volcadas en envíos masivos de ayuda al tercer mundo que son la panacea del mercado negro y la alegría de las mafias que las controlan. Ninguno de esos voluntarios de fin de semana he visto acercarse a menos de un metro de un enfermo terminal de sida o de enfermedades infeccio-contagionsas aquí, en nuestros propios hospitales.

En cambio, sí los he visto rasgarse las vestiduras y saltando de alegría cuando pavonean en todos los medios algún caso de pederastia, como si no hubiese pederastas en todas las profesiones. Nunca los he visto manifestándose por los abusos a las mujeres y los homosexuales que predican otras religiones. Nadie los ha visto quejarse públicamente de las prácticas repugnantes e inhumanas como la ablación de clítoris, el apedreamiento de adúlteras o el ahorcamiento de los homosexuales. Ni que decir tiene, que sus iras se disipan en el aire, cuando es en el nombre de otro Dios, cuando se estrella un avión o se hace estallar un metro. Dónde están esos imbéciles cuando se les necesita.

Echando la vista atrás, no puedo por más que pensar que nada bueno nos depara el futuro. Hay que recordar, que la última guerra que sufrió éste país, tuvo como catalizador principal el odio religioso. La persecución, asesinato y hostigamiento de los católicos y la destrucción y quema de sus iglesias y símbolos. Las dos Españas enfrontadas en la Guerra Civil, no sólo lo estaban en lo político, sino en el profundo sentimiento de supervivencia de una fe. Setenta años después, parece que no hemos aprendido nada y que somos capaces de repetirlo.

Qué fácil es castigar al que nunca se defiende, al que muestra desnuda su otra mejilla y calla por no llamar más la atención. A los que aguantan estoicamente las burlas continuas en las películas de cine como en los libros de historia y  ven como el gobierno y los gobernantes que deberían velar para todos, compiten para ver quien demuestra ser más ateísta; ahora quito un crucifijo, ahora los belenes de las escuelas, ahora hago una cabalgata de reyes magos que parece un desfile de la guerra de las galaxias, otros quieren cambiarle el nombre a las vacaciones de Navidad y Semana Santa y suma y sigue a ver quién la hace más gorda. No es de extrañar, pues, que con semejantes ejemplos a seguir, nuestros jóvenes aprendices de intolerancia, se dediquen a hacer lo que les han enseñado, envalentonados con la impunidad que les ofrecen tanto sus propios decanos en la universidad, como sus propios gobernantes.

Valientes miserables.

Valientes cobardes.

Para finalizar, quiero explicarles una breve anécdota que viví éste Fin de año y que no olvidaré en mi vida: Llegué a casa del trabajo hacia las once de la noche, faltaba poco para las uvas. Al bajar del coche calentito por la calefacción me dio un hostión en la cara el frío propio de diciembre. Delante de mi casa, en una mesa improvisada, dos mujeres abrigadas hasta las orejas daban golpes en el suelo para matar el frío. Delante de ellas, una mesa improvisada con una tabla y dos caballetes aparecía llena de productos varios como arroz, latas, aceite, leche, etc. En frente, una sábana pintada con mala letra decía: “recogida de alimentos para Cáritas”.

Eso sí que es ser valiente.
¡Imbéciles!





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