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viernes, 22 de agosto de 2014

Mierda de lluvia



Echaba de menos escribir. Sentarme cómodamente ante mi portátil destartalado al que ya le faltan dos teclas, no me preguntes cómo ni porqué, y dar rienda suelta al cabreo motivado por algún que otro desasosiego coyuntural protagonizado, seguro, por alguno de nuestros ilustres idiotas nacionales.

Quizás pensé que empezaba a repetirme. Los temas, si bien diversos, al final acababan resultándome irremediablemente familiares; Nacionlistas impresentables, políticos incompetentes, abusos institucionales. Siempre lo mismo. Y si se fijan Uds. en los periódicos, se darán cuenta que no son más que un carroussel de vivos colores que nos engaña con la ilusión óptica de ver muchos caballitos  que pasan ante nuestros ojos infinítamente, pero al final, siempre son los mismos caballitos.

Pujol el chorizo, la consulta nacionalista, la ceguera del 11-M, Mariano o su "alter ego" Don Tancredo etc... Me produce tal pereza volver a mencionarlos...

Así que hoy voy a hablar de la lluvia. Sí, la lluvia. Ese elemento meteorológico que consiste en precipitaciones de agua a raudales debido a la acumulación de ésta en las nubes. Que como todo el mundo sabe, son como una especie de esponja en el cielo que va chupando agua hasta que ya tiene tanta que acaba tirándotela encima sin aviso, permiso, ni el más elemental sentido cívico o norma de cortesía. 

Así nos encontramos conque da igual que Ud. amigo lector haya preparado una barbacoa de chupendilerendi para sus amigos y familia. O se haya gastado  hasta la camisa en la boda de su virginal retoña en un verde jardín adornado con delicadas flores y níveos cisnes. O  salga a pasear al brazo, como manda la tradición en un castizo español, a su lustrosa señora después de haberla esperado dos horas en la peluquería. 

La lluvia. dejará a su señora con la enlacada cabeza hecha una alcachofa hervida y pisoteada. Los níveos cisnes saldrán cagando leches arrasando con todo a su paso pareciéndose más a una banda de moteros barbudos y borrachos. Las flores se convertirán en espárragos trigueros de temporada. Su dulce y cariñosa retoña parecerá sacada de una película de terror japonesa y por supuesto, su barbacóa nos recordará al día después, en el  campo de batalla, todo lleno de mobiliario desparramado y carne muerta por el suelo.

¿Y qué tenemos nosotros, simples mortales, para defendernos de tan traicionero y vil ataque por parte de nuestra Madre Naturaleza? se preguntarán Uds, amigos lectores.

Pues el Paraguas.

Un artilugio demoníaco que no sirve para nada excepto, por supuesto, para perderlo o dejárselo olvidado en el bar.

Con absoluto terror hemos presenciado todos la lucha a muerte por la supervivencia entre un paraguas y su fatigado dueño que intenta hasta con el último hálito de sus fuerzas  conseguir abrirlo bajo la tormenta. Sus manos temblorosas por el gélido frío intentando por todos los medios encontrar la trebilla oculta y misteriosa que lo desplega sin el menor resultado, pues ésta, como és sabido se camufla magníficamente en su entorno para poder cansar a su enemigo. Cuando al fín, a la pieza no le queda más remedio que ceder ante la perseveráncia del calado hasta los huesos dueño, el maligno engendro envía un mensaje de auxilio a los elementos, transformado ahora  en furiosos vientos huracanados, que hace que el paraguas transforme su morfología y se vuelva del revés. En esos momentos, es cuando el diabólico ente muestra toda su fuerza y furia. Haciéndose completamente inutil e inservible.

Se conocen algunos casos en los que empapados, de naturaleza más fuerte, en un último intento desesperado han intentado corregir el estado de rreversibilidad de su adversário, o bien con tristes intentos manuales que acababan en lastimoso desastre y ridículo o usando el elemento del viento en su contra. Pero la simbiósis viento-paraguas es ahora tan fuerte, que ya ha dado su fruto y el resultado es aún más terrorífico y extremadamente peligroso para el ingenuo y osado mojado ya que en un nuevo intento, las varillas ahora estrujadas, se convierten en mortíferas y temibles zarpas afiladas dispuestas y estratégicamente situadas para sacarle un ojo a su atacante.

Al final. Al día siguiente de la feroz lid. Nuestras calles muestran el horror indescriptible del campo de batalla con la extremecedora imágen de triunfantes paraguas vueltos del revés en todas las papeleras de nuestra mojada ciudad.

Una vez más. La naturaleza nos demuestra crudamente como el hombre no puede hacer nada contra los elementos. Mientras tanto, el paraguas, descansa plácidamente en las papeleras orgulloso de su victoria y complacido de haber cumplido con el cometido para el que la naturaleza le creó:

Comprar más paraguas.

Pero si creían Uds. amables lectores que la lluvia no tenía más siniestros aliados en su descarnada lucha contra el hombre, se equivocaban. Otro temible altilugio de aspecto traicioneramente más apacible pero igualmente mortífero convive entre nosotros:

Las botas de agua.

Tienen su temible guarida en nuestros armarios, hábil y perfectamente camufladas  entre nuestro inofensivo calzado. Mimetizadas en colores alegres y apacibles, incluso con engañinos dibujos de nuestros héroes favoritos permanencen latentes. Apacibles. Acechantes a su presa y esperando la señal de la naturaleza para atacar; La lluvia.

En ese momento, el ingenuo humano, confiado por la engañosa apariéncia de calidez que emanan con sus forrors de borreguito, sus inofensivos cordelitos y la lisa y brillante solidez e impermeabilidad que nos transmiten por ondas demoníacas. Nos los calzamos en nuestros temerosos del frio piés y salimos a la calle.

Mientras avanzamos. La criatura deja que vayamos cogiendo confianza con el entorno húmedo y traicionero. Nos permite pisar tímidamente algunos pequeños charquitos de agua para perder el miedo. Poco a poco, nuestra seguridad va creciendo de forma incontrolada y nuestra eufória nos lleva a meternos, como vulgarmente se dice, en todos los charcos. Cada vez más hondos. Cada vez más caudalosos. Y cuando nuestro extasis es pleno y nuestra despreocupacion se ha desbordado y andamos entre charco y charco pisando más y más fuerte ocurre el inevitable desastre.

Nadie sabe como. Nadie sabe por qué. Nadie sabe qué ingenioso mecanismo le ha dotado la naturaleza para conseguirlo pero es así. 
Una oleada de el más gélido y ultracongelante agua de lluvia empieza a entrar por nuestro traiciionero calzado inundando todo el compartimento. Nuestros sufridos piés. Atacados  por cien mil agujas heladas no tienen escapatoria. Están perdidos. y el desesperado humano corre despavorido sin saber que no tiene a donde ir. Con la mitad del trayecto ya recorrido, sin la posibilidad de volver a casa a cambiarse, la afligida víctima llega a su destino abatido, cansado, empapado por haber dejado el paraguas en una papelera y por piés, dos polos de limón.

No me extenderé más, a pesar de que la naturaleza, y en este caso la lluvia, aún tiene más aliados aunque de más bajo nivel.
Destaquemos de pasada como artilugios de la misma especie pero de rango inferior, aunque igualmente feroces e inútile, a la hora de intentar protegernos de la lluvia como:

La bolsa del Carrefour en la cabeza.

Fácil de transportar, asequible, ergonómica, ya que es adaptable a nuestra fisonomía e igualmente inútil ante el agua. Sus ataques más conocidos son por asfixia, cuando ésta te cubre toda la cabeza por "accidente...", o por contusión con farola, por falta de visibilidad.

Y lugo está mi prefirido: 

El cucurucho de papel de periódico.

También muy asequible, ergonómico, aunque hace falta cierta destreza para construirlo. Supone el perfecto artilugio inútil ante el elemento agua pero también bastante inofensivo salvo porque al empaparse la tinta puede que llegues al trabajo impreso en la frente: "busco piso en barrio de Chueca".

Un abrazo a todos y feliz día de lluvia.